jueves, 1 de agosto de 2013






RAFAEL AMADO PEÑA



 Esta es una pequeña biografía de Rafael Amado Peña, recuperada de la memoria de sus hijas, las cuales un día de Agosto de 1.936 vieron tambalearse los cimientos de sus vidas, al quedar huérfanas, y para las que la ausencia de su padre dejó un vacío que las acompañaría el resto de sus vidas. Es un homenaje de sus hijas-o, nietos y bisnietos, a la persona de quien por encima de todo fue un buen hombre. Su hija mayor, Encarna, que vivió tan de cerca la tragedia junto con su madre y hermanas-o más pequeñas, hoy por desgracia ya no vive para participar de este homenaje, pero allá donde esté se sentirá muy orgullosa del reconocimiento social que se les está haciendo a tantas víctimas inocentes que como su padre fueron ejecutadas vilmente durante la guerra civil.




                                                


Rafael Amado Peña, nació en Carmona (Sevilla) el 25 de Marzo de 1.892, era el cuarto de una familia de siete hermanos y junto con sus padres, todos se trasladaron a Sevilla donde su padre regentaba una fábrica de botones que un día quedaría destruida por un incendio, de ahí el apodo por el que era conocido, “el botonero”. Más adelante su padre montó un negocio de panadería en el que él trabajaba repartiendo el pan.

Ya de adulto conocedor de ese negocio, logró montar su propia panadería en Sevilla en la C/ San Hermenegildo nº 10. Se caso con Ana Roldán Lérida, con la que tuvo 6 hijos, Encarna, Trinidad, Ana, Josefa, José y Carmen. Todos recuerdan una infancia feliz, con un padre que no vivía más que por y para su mujer y sus hijas-o. En cuanto a sus ideas políticas era un hombre de ideas izquierdistas pero no radicales, de hecho su hijo estudiaba en el colegio de los Salesianos de la Trinidad y sus hijas en el colegio de monjas del Beaterio, donde era muy apreciado por ellas, ya que en multitud de ocasiones le quito el hambre a las niñas internas que las monjas tenían, a base de llevarles sacos de pan, que jamás les cobraba. Otras veces alquilaba maquinas de cine y se iba al colegio para que todas las niñas pudieran ver películas. Era tan querido por las monjas que cuando el golpe franquista, le llegaron a decir que si tenía algún problema se refugiara en el colegio que ellas lo esconderían, ¡ojalá lo hubiera hecho!

En las elecciones de 1.936, a instancias de algunos de sus amigos entre ellos José M. Puelles, también fusilado, se presento en las listas electorales del Ayuntamiento de Sevilla por el partido de U.R., y fue elegido como concejal junto con la corporación del alcalde Horacio Hermoso Aráujo. Fue apoyado por todo su barrio donde era muy querido, ya que ayudaba a todo el mundo y cuando la famosa riada de Sevilla, se dedicó a repartir pan y alpargatas de la época, desde un camión a todos sus vecinos, y en cuanto fue elegido concejal comenzó a rehabilitar el barrio, instalar el alumbrado, y se pasaba la vida haciendo obras de caridad y ayudando a todo el que podía.

Cuando estalló el golpe de estado fue encarcelado en el cine Jáuregui y posteriormente su hermano José Amado habló con el capitán Díaz Criado, quien excepcionalmente y por supuesto, en estado de embriaguez, le firmo la libertad. Este individuo, tal y como cuenta la escritora Olga Merino en su libro “Espuelas de papel”, y el historiador Juan Ortiz Villalba en su libro “del golpe militar a la guerra civil Sevilla 1936”, firmaba más de 60 sentencias de muerte diarias sin tomar declaración a los detenidos, era un personaje alcohólico que frecuentaba bares donde borracho firmaba las sentencias de muerte, y se aprovechaba de las mujeres de “los rojos” que iban a pedir clemencia para sus familiares encarcelados. Al hermano de mi abuelo, que lo conocía de haber llevado a veces el pan a la cárcel, una de esas noches en las que estaba ebrio le dijo qué quería que le firmara, la libertad o la sentencia de muerte para su hermano, lógicamente le pidió que la libertad y así lo hizo, firmo un documento para que lo liberaran.

Así fue como logró salir de la cárcel, pero ni por asomo pensó él que su final vendría mas tarde a causa de envidias y de una venganza.


Una noche mucho antes de la sublevación, mi abuelo oyó lamentos de una mujer y golpes de un hombre que la maltrataba en un callejón cerca de donde él estaba; acudió en su ayuda y la defendió, increpando al que le pegaba e incluso llegando a pelearse con esta persona, que resultó ser el sargento de la guardia civil “Rebollo”, quien le llevó a comisaría. Este individuo, que tal como cuenta el historiador Juan Ortiz Villalba en su libro, durante la sublevación, se vanagloriaba humorísticamente de las torturas que infringía a los detenidos, también se encargaba de instruir los expedientes que le presentaba a la firma al capitán Díaz Criado. Ambos se reunían, para que este último firmara las sentencias de muerte, junto con Flores, un oficial de Artillería de complemento y “Doña Mariquita, quien les hablaba de sus recomendados del día. Ésta era una mujer de las de “historia entretenida” quien tuvo escondido al capitán cuando “lo perseguían los de izquierdas”. La gente enterada de la amistad entre esta mujer con Díaz Criado, acudía a ella a pedir recomendación para sus parientes detenidos. Por todo ello, y por las atrocidades que cometió, al esbirro de Rebollo lo recuerdan con gran horror, todos sus vecinos de la Macarena.

Después del incidente de la pelea y al conocer este personaje que mi abuelo era concejal del Ayuntamiento la cosa no llego a denuncias y hasta llegaron a entablar a partir de entonces una pequeña amistad, claro está, antes de que este energúmeno mostrara su lado más malvado. Pues bien, este individuo, que en la etapa de la sublevación ya era Teniente de la guardia civil, cuando acudió a la cárcel y descubrió que a mi abuelo le habían soltado gracias al documento que firmo el citado capitán, decidió ejecutar la venganza que le había guardado durante tanto tiempo, y mandó a varios guardias civiles a casa de mi abuela, los cuales se presentaron de madrugada y se lo llevaron con la excusa de que solo debía hacer una declaración. Todavía algunas de mis tías, con más de ochenta años, recuerdan como mi abuela lloraba esa madrugada mientras se lo llevaban, y mi abuelo entregaba a su esposa su alianza de casados, y se asomaba a las habitaciones de sus hijos para verlos por última vez, intuyendo lo que le esperaba. Lo asesinaron en las tapias del cementerio de Sevilla ese mismo día, el 7 de Agosto de 1.936. Es irónico que hoy 70 años después, todavía estemos luchando contra la lacra de los malos tratos a las mujeres, y él, 70 años atrás despertara el odio y la venganza de alguien por impedir un acto tan cobarde. Aunque este incidente no se hubiera producido, estamos seguros que igualmente lo hubieran asesinado, tal como hicieron con toda la corporación del Ayuntamiento de Sevilla.

Tuvieron que pasar algunos años hasta que mi abuela pudo conseguir un certificado de defunción, aunque por supuesto la causa de su muerte está en blanco; aun así, su esposa jamás cobro una pensión de viudedad.

Después de este terrible mazazo, su viuda y sus hijas-o, la mayor con 16 años y la pequeña con 4, quedaron desoladas, sin recursos y con un dolor terrible. A pesar de la tragedia y con muchísimo esfuerzo y dignidad tuvieron que salir adelante y comenzar a vivir la dura etapa de represión y dictadura de los años venideros.


Queremos hacerle este pequeño homenaje, porque gracias a él hoy somos una gran familia, la de sus 6 hijos, 17 nietos, 30 bisnietos y 5 tataranietos, y a todos se nos ha privado del gran privilegio de conocerle.


Este relato no es más que una pequeña muestra de la admiración y el amor que toda su familia siempre hemos sentido hacia él.






             Autor/a: María del Carmen González Amado